8 poemas de Marta Sanz - Zenda

2023-02-22 17:57:53 By : Ms. Aileen Lee

Marta Sanz es una narradora, poeta y ensayista nacida en  Madrid en 1967. Es doctora en Filología. Entre sus novelas señalamos: El frío, Los mejores tiempos (Premio Ojo Crítico de RNE en 2001), Susana y los viejos (finalista del premio Nadal 2006), La lección de anatomía, la trilogía del detective Arturo Zarco —Black, black, black, Un buen detective no se casa jamás y pequeñas mujeres rojas, premio Tenerife Noir 2020— , Daniela Astor y la caja negra (premios Tigre Juan, Cálamo-Otra mirada y Estado Crítico), Amor fou, Farándula (premio Herralde, 2016), Clavícula y Parte de mí. Ha participado con relatos en volúmenes colectivos y obtenido el premio Vargas Llosa-NH; Retablo son dos relatos ilustrados por Fernando Vicente. Su poesía completa está recogida bajo el título Corpórea (La Bella Varsovia, 2022), el poemario Vintage fue Premio de la Crítica de Madrid. Destacan sus ensayos No tan incendiario, Monstruas y centauras, que recibe el premio CEGAL 2018, y Enciclopedia Secreta. Es editora del Libro de la mujer fatal y Tsunami, volumen colectivo de textos feministas. Colabora con El País, la cadena SER y es docente en la Escuela de escritores.

No quiero la palabra precisa. Es pobre y es pequeña. Quiero una palabra llena de flecos. Una lámpara con chupones morados. Una excrecencia. Gota que rezuma del canalón. La estalactita rota. El polvo de trabajar los brillantes. Un hielo deshecho. Y deshaciéndose. La saliva que le escapa, por la comisura, a la bella que duerme en el bosque. La ganga del mineral. El hilo que sobra detrás del cañamazo. No quiero la palabra precisa, sino una llena de flecos, una lámpara y vuelta a empezar, un laberinto, la flor, una palabra que ni yo misma entienda y solo pueda poseer cuando los otros, los de buena voluntad, me la traduzcan.

Nosotras también tenemos derecho a la vida. Las perras que mienten. Y las que llevan bozal. Las niñas perpetuas que son viejas prematuras. Bette Davis lleva un vestido de encaje, calcetines cortos, huele a chicle y un lazo le recoge los tirabuzones. Tiene ochocientos setenta y nueve años, y canta una canción con inflexiones vocales de estrella juvenil. No necesita doblaje. Tenemos derecho a la vida. También nosotras. Las tejedoras tristes. Las retrospectivas. Las mujeres mimadas que desatienden a los hijos. Las lolitas caprichosas que chupan el palo del polo de mango. Nosotras también tenemos derecho a vivir. Aunque todos los días miremos al frente y nos lancemos, rudas e indomables, sin consideración por la que limpia, escaleras abajo, hacia el vacío.

Hubo una vez un hombre con gafas de sol barbilampiño que me escribía cartas y postales. Ahora sé que si le hubiese devuelto las palabras que quizá él presentía, hoy yo tendría un tiznajo en la frente, un hijo y, casi con toda seguridad, estaría muerta.

Yo tuve mil amores y quinientos racimos de uvas. Un lobo blanco me comió los coágulos del vientre. De no haberlo hecho, por las rayas de mis palmas líquidos de embalsamadores le habrían paralizado poco a poco piel, osamenta y colmillo. Cristo de Medinaceli sonríe sobre el mueble fúnebre de la televisión. (Menos mal que me dejó bien muerta con un golpe insecticida). Yo tuve mil amores y quinientos racimos de uvas.

Lo peor que podíamos contemplar lo vemos nada más salir [del aeropuerto de Manila. Una niña, sucia y semidesnuda, nos pide dinero. Según nuestros cálculos de observador bien nutrido —cada occidental, cuando va de viaje, guarda en la cartera [un pediatra, un economista, un telepredicador y un [gastrónomo…—, la niña no puede tener más de cuatro años. Aunque quizá ya haya cumplido nueve o diez y no beba [leche o fume a escondidas. Si la magia y la poesía nos ayudan a digerir la escena, tal vez la niña no sea más que una viejecita disfrazada de baby doll, en Manila City, antes de colarse en el jeepney que la conducirá a un burdel o [a un pudridero para pintarse las uñas y esperar al turista —cada occidental, cuando va de viaje, guarda en la cartera [un pederasta, un patriota, un hipocondríaco y un [ministro de Dios o del Interior…—; si la magia y la poesía nos ayudan, tal vez la niña sea una octogenaria que ha pasado por mil [estiramientos y operaciones, y se ha quemado las palmas de las manos para que nadie la [identifique como reconocido miembro del hampa mendicante de [Manila. Pedimos que la poesía nos ayude, pero la niña es una niña de Manila que da golpecitos en el cristal de nuestro taxi y nosotros la [vemos como frágil criatura de huesecillos de ave y ojos de cordero. Recibo en mi móvil un mensaje perentorio de Amnistía [Internacional que borro casi tan vertiginosamente como ruego que la poesía me [ayude —cada occidental, cuando va de viaje, guarda en [la cartera un sommelier, un meteorólogo, un futbolista y [un bardo— para no ver a la niña puta niña puta niña mendicante del [hampa de los pobres de Manila City, que lleva en los brazos a un bebé guapísimo de redonda, [gorda cabeza. Una costra de mucosidad gris le cubre el turgente pellejo. El bebé le cuelga a la niña de la cintura y parece que va a [caérsele. Tememos oír el sonido de un odre que se estampa contra [la calle embarrada porque cada occidental, cuando viaja, esconde en la cartera [un diapasón para identificar el la puro entre cualquier otra nota y [también guarda un ingeniero de caminos, canales y [puertos. Alguien que mide y compara, sin pararse a pensar por qué [unos hombres tienen las piernas más largas que otros o por qué en Manila las niñas te miran con humo mientras golpean con sus nudillos de ave el cristal de la [ventanilla del taxi. Lo peor que podíamos contemplar lo vemos nada más salir [del aeropuerto de Manila.

Voy a comerme a mis hijos. Mientras los transporto, muerden. Por la rama del árbol. Voy a comerme a mis hijos mientras los pulo y aseo con mi lija de lengua. Huelen a purín y a orina. A anuncio de colonia y comedia musical. Voy a comerme a mis hijos mientras los pulo y aseo. Mientras los amamanto, voy a comerme a mis hijos. La raíz de la limpieza bebe de la desaparición.

Años, desgarramientos, placer, el hueco que nos dejan los ausentes animales, la fuerza en el trabajo —amasamos panes, pulsamos la [tecla— nos dibujan el cuerpo y el cuerpo. También una tinta voluntaria escribe lo que debe ser escrito. Todo es una hermosura de la que no nos vamos a [arrepentir.

Me concentro centro, pestaña alfiler en blanco de ojo, inversa en mi funda crisálida, hacia toda la luz y el interno rumor de mis torrentes púrpura. Umbilical pistilo tintinea y pienso tan voladoramente que salgo de mí misma y retorno al cuerpo casa, al nido del que ya no querré escaparme. Pierdo la cabeza en filosofía aguja que me borda el repliegue y lo suelta después, punto por punto, con tijerita dedo, punto por punto, liberada por el ápice lengua, yo sin mis manos, para que, por fin, mane el jugo de azúcar de mi frutilla del bosque, invisible, entre el enjambre de mil alas de mosca. Entonces entiendo la cuadratura círculo: no quiero perder a mi animal. Que no se vaya.

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